Paz y Bien
Arranca el año 2013, y recordamos que "La Mies es mucha y los trabajadores son pocos"....
Invitamos a todos los harmanos y hermanas que han vivido la maravillosa experiencia de un Cursillo de Cristiandad, a sumarse nuevamente a nuestro apostolado.
Los objetivos son que más y mas personas conozcan y amen a Cristo a traves de esta vivencia, a fin de ser cada dia mas MAYORIA APLASTANTE......
MARIELA Y GILBERTO FERNANDEZ
Matrimonio Director
MENSAJE DEL PAPA FRANCISCO A LOS LAICOS
A Abrirse a la novedad del Espíritu Santo
Queridos hermanos y hermanas:
En este día, contemplamos y revivimos en la liturgia la efusión del Espíritu Santo que
Cristo resucitado derramó sobre la Iglesia, un acontecimiento de gracia que ha
desbordado el cenáculo de Jerusalén para difundirse por todo el mundo.
Pero, ¿qué sucedió en aquel día tan lejano a nosotros, y sin embargo, tan cercano, que
llega adentro de nuestro corazón? San Lucas nos da la respuesta en el texto de los Hechos
de los Apóstoles que hemos escuchado (2,1-11). El evangelista nos lleva hasta Jerusalén, al
piso superior de la casa donde están reunidos los Apóstoles. El primer elemento que nos
llama la atención es el estruendo que de repente vino del cielo, «como de viento que
sopla fuertemente», y llenó toda la casa; luego, las «lenguas como llamaradas», que se
dividían y se posaban encima de cada uno de los Apóstoles. Estruendo y lenguas de fuego
son signos claros y concretos que tocan a los Apóstoles, no sólo exteriormente, sino
también en su interior: en su mente y en su corazón. Como consecuencia, «se llenaron
todos de Espíritu Santo», que desencadenó su fuerza irresistible, con resultados
llamativos: «Empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía
manifestarse». Asistimos, entonces, a una situación totalmente sorprendente: una
multitud se congrega y queda admirada porque cada uno oye hablar a los Apóstoles en su
propia lengua. Todos experimentan algo nuevo, que nunca había sucedido: «Los oímos
hablar en nuestra lengua nativa». ¿Y de qué hablaban? «De las grandezas de Dios».
A la luz de este texto de los Hechos de los Apóstoles, deseo reflexionar sobre tres palabras
relacionadas con la acción del Espíritu: novedad, armonía, misión.
1. La novedad nos da siempre un poco de miedo, porque nos sentimos más seguros si
tenemos todo bajo control, si somos nosotros los que construimos, programamos,
planificamos nuestra vida, según nuestros esquemas, seguridades, gustos. Y esto nos
sucede también con Dios. Con frecuencia lo seguimos, lo acogemos, pero hasta un cierto
punto; nos resulta difícil abandonarnos a Él con total confianza, dejando que el Espíritu
Santo anime, guíe nuestra vida, en todas las decisiones; tenemos miedo a que Dios nos
lleve por caminos nuevos, nos saque de nuestros horizontes con frecuencia limitados,
cerrados, egoístas, para abrirnos a los suyos. Pero, en toda la historia de la salvación,
cuando Dios se revela, aparece su novedad - Dios ofrece siempre novedad -, trasforma y
pide confianza total en Él: Noé, del que todos se ríen, construye un arca y se salva;
Abrahán abandona su tierra, aferrado únicamente a una promesa; Moisés se enfrenta al
poder del faraón y conduce al pueblo a la libertad; los Apóstoles, de temerosos y
encerrados en el cenáculo, salen con valentía para anunciar el Evangelio. No es la novedad
por la novedad, la búsqueda de lo nuevo para salir del aburrimiento, como sucede con
frecuencia en nuestro tiempo. La novedad que Dios trae a nuestra vida es lo que
verdaderamente nos realiza, lo que nos da la verdadera alegría, la verdadera serenidad,
porque Dios nos ama y siempre quiere nuestro bien. Preguntémonos hoy: ¿Estamos
abiertos a las “sorpresas de Dios”? ¿O nos encerramos, con miedo, a la novedad del
Espíritu Santo? ¿Estamos decididos a recorrer los caminos nuevos que la novedad de Dios
nos presenta o nos atrincheramos en estructuras caducas, que han perdido la capacidad
de respuesta? Nos hará bien hacernos estas preguntas durante toda la jornada.
2. Una segunda idea: el Espíritu Santo, aparentemente, crea desorden en el Iglesia, porque
produce diversidad de carismas, de dones; sin embargo, bajo su acción, todo esto es una
gran riqueza, porque el Espíritu Santo es el Espíritu de unidad, que no significa
uniformidad, sino reconducir todo a la armonía. En la Iglesia, la armonía la hace el Espíritu
Santo. Un Padre de la Iglesia tiene una expresión que me gusta mucho: el Espíritu Santo
“ipse harmonia est”. Él es precisamente la armonía. Sólo Él puede suscitar la diversidad, la
pluralidad, la multiplicidad y, al mismo tiempo, realizar la unidad. En cambio, cuando
somos nosotros los que pretendemos la diversidad y nos encerramos en nuestros
particularismos, en nuestros exclusivismos, provocamos la división; y cuando somos
nosotros los que queremos construir la unidad con nuestros planes humanos, terminamos
por imponer la uniformidad, la homologación. Si, por el contrario, nos dejamos guiar por
el Espíritu, la riqueza, la variedad, la diversidad nunca provocan conflicto, porque Él nos
impulsa a vivir la variedad en la comunión de la Iglesia. Caminar juntos en la Iglesia,
guiados por los Pastores, que tienen un especial carisma y ministerio, es signo de la acción
del Espíritu Santo; la eclesialidad es una característica fundamental para los cristianos,
para cada comunidad, para todo movimiento. La Iglesia es quien me trae a Cristo y me
lleva a Cristo; los caminos paralelos son muy peligrosos. Cuando nos aventuramos a ir más
allá (proagon) de la doctrina y de la Comunidad eclesial – dice el Apóstol Juan en la
segunda lectura - y no permanecemos en ellas, no estamos unidos al Dios de Jesucristo
(cf. 2Jn 1,9). Así, pues, preguntémonos: ¿Estoy abierto a la armonía del Espíritu Santo,
superando todo exclusivismo? ¿Me dejo guiar por Él viviendo en la Iglesia y con la Iglesia?
3. El último punto. Los teólogos antiguos decían: el alma es una especie de barca de vela;
el Espíritu Santo es el viento que sopla la vela para hacerla avanzar; la fuerza y el ímpetu
del viento son los dones del Espíritu. Sin su fuerza, sin su gracia, no iríamos adelante. El
Espíritu Santo nos introduce en el misterio del Dios vivo, y nos salvaguarda del peligro de
una Iglesia gnóstica y de una Iglesia autorreferencial, cerrada en su recinto; nos impulsa a
abrir las puertas para salir, para anunciar y dar testimonio de la bondad del Evangelio,
Caminar juntos en la Iglesia, guiados por los Pastores, que tienen un especial carisma y
ministerio, es signo de la acción del Espíritu SantoEl Espíritu Santo es el alma de
la misión. Lo que sucedió en Jerusalén hace casi dos mil años no es un hecho lejano, es
algo que llega hasta nosotros, que cada uno de nosotros podemos experimentar. El
Pentecostés del cenáculo de Jerusalén es el inicio, un inicio que se prolonga. El Espíritu
Santo es el don por excelencia de Cristo resucitado a sus Apóstoles, pero Él quiere que
llegue a todos. Jesús, como hemos escuchado en el Evangelio, dice: «Yo le pediré al Padre
que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros» (Jn 14,16). Es el Espíritu
Paráclito, el «Consolador», que da el valor para recorrer los caminos del mundo llevando
el Evangelio. El Espíritu Santo nos muestra el horizonte y nos impulsa a las periferias
existenciales para anunciar la vida de Jesucristo. Preguntémonos si tenemos la tendencia a
cerrarnos en nosotros mismos, en nuestro grupo, o si dejamos que el Espíritu Santo nos
conduzca a la misión. Recordemos hoy estas tres palabras: novedad, armonía, misión.
La liturgia de hoy es una gran oración, que la Iglesia con Jesús eleva al Padre, para que
renueve la efusión del Espíritu Santo. Que cada uno de nosotros, cada grupo, cada
movimiento, en la armonía de la Iglesia, se dirija al Padre para pedirle este don. También
hoy, como en su nacimiento, junto con María, la Iglesia invoca: «Veni Sancte Spiritus! –
Ven, Espíritu Santo, llena el corazón de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor».
Amén.