MCC LOS TEQUES

MCC LOS TEQUES
DE COLORES

LA VOZ DE NUESTRO PASTOR




MENSAJE DE CUARESMA DEL OBISPO DE LOS TEQUES
A los pastores, consagrados(as) y fieles laicos de la Iglesia
que peregrina en los Altos Mirandinos y los Valles del Tuy
“El Señor es clemente y compasivo, paciente y misericordioso”
(Sal 145, 8)
Cuaresma, preparación a la Pascua
1. La Cuaresma es un tiempo de preparación a la celebración de la Pascua, el acontecimiento
central de la salvación cristiana. Son cuarenta días que anteceden a la celebración de la
muerte y resurrección de Jesucristo, Hijo de Dios, enviado por el Padre en el Espíritu para
nuestra salvación. En la Iglesia de los primeros siglos se fue sintiendo progresivamente la
necesidad de un tiempo prudencial de preparación espiritual y purificación para celebrar con
alegría la fiesta pascual. Ya para finales del siglo IV y principios del V se había consolidado
-inspirado en el simbolismo bíblico de los cuarenta (días, años)- un período de cuarenta días
que antecedía a la celebración del misterio de la muerte y resurrección de Cristo, en el cual
los catecúmenos que recibirían en la vigilia pascual el bautismo que los introduce en la vida
cristiana y en la Iglesia, realizaban los escrutinios como última etapa para recibir este
sacramento. Al mismo tiempo, durante este período, los llamados pecadores públicos,
realizaban la expiación de sus culpas mediante el ayuno y la penitencia impuesta, hasta que el
jueves santo eran reconciliados con Dios y se reintegraban a la Iglesia. A estos dos grupos,
catecúmenos y penitentes, se fueron agregando el resto de los fieles con el fin de prepararse
para la Pascua mediante el ayuno, otras prácticas penitenciales, el ejercicio de la caridad
hacia los más necesitados, momentos intensos y prolongados de oración, celebraciones
litúrgicas y diversas prácticas piadosas. En los siglos posteriores, desaparecidos los
catecúmenos y los penitentes públicos, la Cuaresma quedó como un tiempo de preparación de
todos los fieles para celebrar la Pascua.
Llamados a la conversión
2. Durante esta preparación para la Pascua estamos llamados a la conversión:
“Conviértanse a
mí de todo corazón, con ayuno, con llanto, con luto. Rasguen los corazones y no las
vestiduras; conviértanse al Señor su Dios, que es compasivo y clemente, paciente y
misericordioso”
(Joel 2, 13). Estas palabras del profeta expresan en el antiguo testamento la
relación del pecador con Dios: tanto el pueblo elegido como el individuo que ha roto su
amistad con el Señor por el pecado, sólo puede ser aceptado nuevamente por él si se
arrepiente y cambia de actitud, no con un gesto meramente externo (rasgar las vestiduras,
ayunar, llorar, etc.) sino por un cambio profundo que nazca de una auténtica renovación
interior. Jesús retoma y profundiza esta enseñanza, que es típica de los profetas de Israel; así,
según el evangelio de Marcos, las primeras palabras que Jesús pronuncia cuando comienza a
predicar son:
“El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; conviértanse y crean
en el Evangelio
(en la buena noticia que es él mismo)(Mc 1, 15). De modo que la
aceptación de Jesús como el Salvador anunciado y esperado exige ante todo una profunda
conversión. Tener fe en Jesús implica un cambio de vida.
Coherencia entre fe y vida
3. El tiempo de Cuaresma nos ofrece una magnífica oportunidad para meditar la relación entre
la fe y la vida. Cuestión importante en nuestra época en la que uno de los males más
difundidos es la falta de coherencia entre lo que se cree y lo que se vive:
“Este pueblo me
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honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí”
(Mt 15, 8; Is 29, 13). En este Año de
la Fe, proclamado por el Papa Benedicto XVI, para conmemorar los cincuenta años del
Concilio Vaticano II y los veinte del Catecismo de la Iglesia Católica de Juan Pablo II, la
Cuaresma constituye una invitación particular a renovar nuestra fe en Jesucristo como
Salvador de la humanidad y a vivirla siguiendo sus enseñanzas, lo que conlleva a una
profunda conversión personal y comunitaria según la voluntad del Señor. En esta misma línea
de la vivencia de la propia fe, en su mensaje de Cuaresma para este año, el Papa invita a los
cristianos a
“meditar sobre la relación entre fe y caridad: entre creer en Dios, el Dios de
Jesucristo, y el amor, que es fruto de la acción del Espíritu Santo y nos guía por un camino
de entrega a Dios y a los demás”
.
Penitencia
4. Uno de los elementos importantes en la búsqueda de esta coherencia de la fe en la Cuaresma
es la penitencia, mediante la cual el cristiano se abre a la gracia de Dios, rechaza el pecado,
se arrepiente y se convierte de corazón al Señor. Tiene como momento culminante la
celebración sacramental con la confesión (de allí el nombre ‘sacramento de la penitencia’). E
implica además el compromiso con un cambio de vida y la reparación de los daños
ocasionados por el pecado (hacer penitencia). En este tiempo estamos invitados, pues, a
acercarnos a la confesión cumpliendo las condiciones requeridas: conciencia de los propios
pecados, arrepentimiento sincero, firme propósito de cambio, confesión sacramental,
reparación o penitencia. Si alguno está impedido para acceder al sacramento de la penitencia
y a la comunión eucarística por alguna situación particular de vida, ello no es obstáculo para
que observe –al igual que todos los fieles- una actitud de penitencia, por su participación
devota en la eucaristía, en oraciones, actos de piedad, sacrificios y privaciones. Una
celebración piadosa recomendable para todos es el
via crucis, con el cual nos unimos
espiritualmente a la pasión de Jesús, haciendo con él el recorrido hacia el Calvario. Esta
Cuaresma es, además, una buena oportunidad para ganar la indulgencia plenaria que la
Iglesia ofrece en este Año de la Fe, con el fin de alcanzar la remisión de las penas debidas por
los pecados ya perdonados en la confesión sacramental (Cf. Mi Instrucción ‘Indulgencias en
el Año de la Fe’, 9.11.12).
Ayuno
5. El ayuno es una de las prácticas penitenciales típica de la Cuaresma, entendido en su sentido
original de privación de alimentos. Muy difundido en el antiguo testamento, es un acto
penitencial y una forma de imprecar a Dios para obtener una gracia y alcanzar el perdón. La
Iglesia lo señala como obligación sólo para el miércoles de ceniza y el viernes santo, aunque
lo recomienda en el mismo sentido que le daban los profetas, es decir, como expresión de una
radical conversión a Dios y a sus mandamientos, especialmente al del amor al prójimo, pues
de lo contrario pierde su valor y se vacía de sentido. Al ayuno debe acompañarle la oración y
ser signo de una genuina actitud penitencial que, al igual que las otras prácticas, pretende
disponer el espíritu a la acción salvífica de la cruz de Cristo, nunca para acumular méritos
como si la salvación dependiera de nosotros, al contrario es iniciativa gratuita de Dios. El
ayuno puede ser sustituido por privaciones de otra naturaleza, mortificaciones, sacrificios y
por obras de caridad hacia el prójimo.
“El ayuno que yo quiero es éste: que sueltes las
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cadenas injustas, que desates las correas del yugo, que libres a los oprimidos, que acabes
con todas las opresiones, que compartas tu pan con el hambriento, que hospedes los pobres
sin techo, que vistas al desnudo y que no te desentiendas de tus semejantes”
(Is 58, 6-7).
Caridad: compartir el pan de la Palabra
6. Así, pues, la purificación cuaresmal que nos encamina hacia la celebración gozosa de la
Pascua y la coherencia entre fe y vida, a la que aludimos anteriormente, implica una vivencia
profunda de la caridad. Dice el Santo Padre en su mensaje de Cuaresma 2013 que:
“La
existencia cristiana consiste en un continuo subir al monte del encuentro con Dios para
después volver a bajar, trayendo el amor y la fuerza que derivan de éste, a fin de servir a
nuestros hermanos y hermanas con el mismo amor de Dios. En la Sagrada Escritura vemos
que el celo de los apóstoles en el anuncio del Evangelio que suscita la fe está estrechamente
vinculado a la solicitud caritativa respecto al servicio de los pobres
(cf. Hch 6,1-4). Enseña
el Papa que una forma de caridad hacia el prójimo es partir con él el pan de la palabra de
Dios, anunciándole la Buena Nueva de la salvación. Estamos llamados, pues, a dar
testimonio de nuestra fe de palabra y de obra, como verdaderos discípulos de Jesús y
misioneros de su Evangelio. Particularmente en la Diócesis de Los Teques queremos lograr,
por medio del I Sínodo Diocesano, que el anuncio del Evangelio dé a conocer a todos con
eficacia el amor de Dios que se ha manifestado en la obra salvadora de Jesucristo.
Caridad: compartir el pan material
7. La otra forma de caridad hacia el prójimo es partir con él el pan material. Particularmente el
itinerario de purificación de la Cuaresma invita a intensificar lo que debe ser una constante en
toda la vida cristiana, todos los días en todo el año: las obras de misericordia. Éstas deben
expresarse en la solidaridad con los más pobres y necesitados. La preocupación afectiva y
efectiva por los enfermos, los encarcelados, los sin techo y los abandonados. De hecho, la
campaña ‘Compartir’ de este año está dedicada al derecho a la salud. Igualmente, la Iglesia
en Venezuela, también la Diócesis de Los Teques, ha expresado públicamente su
preocupación por el problema de las cárceles y ha ofrecido sus organizaciones y voluntarios
–a quienes actualmente se les prohíbe entrar en los penales- para ayudar a la consecución de
unas instituciones más humanas en las que se rediman, y no mueran, los procesados y
convictos. Esta caridad implica también un esfuerzo por el bien común, que debe llevar al
cristiano a un compromiso más intenso por la construcción de una sociedad de solidaridad,
paz, justicia, libertad y progreso.
Reconciliados con Dios, reavivemos nuestra fe
8. Que este tiempo de Cuaresma sea, pues, para todos un tiempo propicio para la conversión.
Dejémonos “
reconciliar con Dios” (II Cor 5, 21) y no echemos “en saco roto la gracia de
Dios”
(II Cor 6, 2). Acompañados de María, camino del Calvario y al pie de la Cruz,
preparémonos con ella al gozo de la resurrección. Hagamos nuestras las palabras del Papa
Benedicto XVI:
“Queridos hermanos y hermanas, en este tiempo de cuaresma, durante el
cual nos preparamos a celebrar el acontecimiento de la cruz y la resurrección, mediante el
cual el amor de Dios redimió al mundo e iluminó la historia, os deseo a todos que viváis este
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tiempo precioso reavivando la fe en Jesucristo, para entrar en su mismo torrente de amor
por el Padre y por cada hermano y hermana que encontramos en nuestra vida. Por esto,
elevo mi oración a Dios, a la vez que invoco sobre cada uno y cada comunidad la Bendición
del Señor”
(Mensaje de Cuaresma 2013).
Agradecidos por S. S. Benedicto XVI
9. Finalmente, demos gracias a Dios por los casi ocho años del pontificado del Papa Benedicto
XVI. Lamentamos su renuncia, pero nos anima su ejemplo de humildad y coraje evangélico.
Su legado espiritual y magisterial han dejado en todos una profunda huella. Un pastor lleno
de Dios cuyas encíclicas, exhortaciones, cartas, homilías y discursos, desbordantes de sólida
doctrina y de claro y sobrio lenguaje, trazaron caminos hacia un encuentro más intenso con el
Señor y con el prójimo, en una época de relativismo, egoísmo e increencia. Su ejemplo y
enseñanza nos acercaron más a Jesús, el Buen Pastor. Que Él lo siga bendiciendo y la Virgen
Santísima lo proteja y acompañe siempre. La Iglesia queda en buenas manos, el Espíritu
Santo continúa guiándola. Oremos al Señor para que ese mismo Espíritu ilumine a los
Cardenales en la elección del nuevo Papa en el próximo Cónclave. Gloria al Padre y al Hijo y
al Espíritu Santo. Amén.
En la Curia Diocesana de Los Teques, a los trece días de febrero del año del Señor dos mil
trece, ‘Año de la Fe’, en el Miércoles de Ceniza.


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  1. SANTOS DE DIOS Y FIELES DIFUNTOS


    El mes de noviembre comienza en la Iglesia con la celebración de la fiesta de Todos los Santos y la conmemoración de los Fieles Difuntos; primero y segundo día del mes respectivamente. En la fiesta de los Santos la Iglesia reúne el recuerdo de todos aquellos que han alcanzado la gloria de Dios, que gozan ya de la plenitud de la salvación en la espera de la resurrección; dicho en palabras simples “que están en el cielo”. Forman parte de aquélla “gran muchedumbre, que nadie podía contar; gentes de toda nación, raza, pueblo y lengua” ( Ap 7, 9). Millares han sido reconocidos por la Iglesia cuando han sido proclamados beatos o santos, en un acto del magisterio pontificio “ex cathedra”, es decir, que no admite la menor duda de que han alcanzado la vida eterna. Pero miríadas y miríadas de ellos son santos anónimos: todos aquellos que sólo Dios conoce, y que, por su fidelidad al evangelio, han ingresado por la eternidad en la Jerusalén celestial donde “no habrá más noche, y no necesitarán luz de lámpara ni de sol, porque el Señor Dios alumbrará sobre ellos, y reinarán por los siglos de los siglos” (Ap 22, 5). Ellos son para nosotros modelos de fe y de consagración total al Señor y desde la gloria interceden por nosotros.


    En este Año de la Fe, la festividad de Todos los Santos nos llena de esperanza, pues todos estamos invitados a participar de la contemplación de la gloria de Dios. Jesucristo, con su muerte y resurrección, nos ha redimido del pecado y nos ha abierto el camino hacia la felicidad eterna. Él además nos ha señalado el rumbo: el evangelio de las bienaventuranzas, ha prometido el reino de los cielos a los pobres, a los afligidos, a los humildes, a los hambrientos y sedientos, a los misericordiosos, a los limpios de corazón, a los constructores de la paz, a los perseguidos por hacer la voluntad divina, a los injuriados y calumniados por la causa de Dios. Es el camino de la cruz que conduce a la gloria; no hay otro. Todos estamos llamados a transitarlo. Es la vocación universal a la santidad. Dios quiere que seamos santos en esta vida, en el amor a Dios por encima de todo y al prójimo. Modelos tenemos en abundancia: nos queda solo imitarlos.


    Después de alegrarse por los hijos que han llegado al cielo, el segundo día de noviembre la Iglesia ora especialmente por aquellos que, después de la muerte, se purifican en el purgatorio y están esperando su ingreso a la asamblea de los santos. Nuestras oraciones, sacrificios, penitencias y obras que agradan a Dios, en virtud de la Comunión de los Santos, pueden ser aplicados a los difuntos. Es un deber de caridad y de justicia orar por los difuntos. Los méritos salvadores de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo obran, por la oración de la Iglesia, como un bálsamo espiritual sobre los fieles difuntos. Dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo” (1030). Y la Sagrada Escritura: “Creyendo firmemente que a los que mueren piadosamente les está reservada una gran recompensa, pensamiento santo y piadoso, ofreció (Judas Macabeo) el sacrificio expiatorio para que los muertos fueran absueltos de sus pecados” (2 Mac 12, 45-46).


    En este Año de la Fe, pidamos a los santos y santas de Dios que intercedan por nosotros. Ya los fieles difuntos, dales, Señor, el descanso eterno.


    † Freddy J. Fuenmayor S., Obispo de Los Teques.

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